El Príncipe de San Martín
El Príncipe de San Martín
—Lo mío fue más humilde Eusebio. Y confieso que contar como fue mi carrera, después de todo lo que contó usted, sinceramente me parece una falta de respeto— dijo Maxi Barluna bajando la mirada tras cada palabra para terminar encogiéndose de hombros.
—Le agradezco hombre, pero si yo lo avergüenzo, entonces no escuche al hombre
que se viene acercando. — aconsejó Eusebio en un portugués que se traducía en
los oídos de quien lo escuchara, mientras señalaba con su dedo índice a un morochón
de andar desgarbado acercarse a la charla.
— ¿Hablan de futbol? ¿Me puedo sumar? Me gusta hablar de futbol,¿ sabe? Me
gusta. Aunque hay cosas que mucho no entiendo.
—Como la copa del mundo— anticipó Eusebio entrecerrando sus ojos con cierta
señal de fastidio y comprensión.
—Como la copa del mundo. — siguió el hombre de caminar chueco— Son muy pocos
partidos como para definir al mejor del planeta. Yo jugué un mundial ¿sabe?
Cuando pregunté qué estábamos festejando me dijeron que habíamos salido campeones.
Yo quería seguir jugando— dijo con total inocencia quien lucía un pantaloncito
corto con el 11 impreso sobre su cuádriceps derecho.
—Bueno, yo les cuento pero no esperen que mi relato termine con una vuelta
olímpica o un trofeo en mis manos. Lo más saliente de mi carrera fue hace poco
en mi paso por Chacarita. Ascendimos bien, bien. Fue merecido. — Maxi se
dispuso a contar su hito futbolístico más importante— Luchamos, como luchamos.
El Nacional B es difícil. Más de 30 partidos recorriendo miles de kilómetros.
Jugando contra provincias enteras. Porque allá es así. Atrás de un equipo hay
una provincia. Un gobernador, que la pone toda—golpeó con su puño izquierdo su
palma derecha— y cientos de miles de tipos que quieren y necesitan una alegría
para su tierra. Encima nosotros, somos de Capital y todo el resto del país, a los
porteños nos odian.
— ¿Eso de que son agrandados? Debe ser mentira, debe ser. — ironizó Obdulio
mientras se codeaba con Eusebio. — No me hago caso hombre. Siga que la historia
está interesante.
— ¿En qué parte me quedé?
— En la de los mundiales ¿son cortos, vio? — quiso ayudar el morochón que claramente
era bastante despistado.
— Mané ¿no prefiere ir yendo con la pelota?
— Le agradezco, Eusebio. Pero no quiero que nuestro nuevo amigo crea que no me
interesa su relato, disculpe, ¿lo puedo considerar un amigo?— miró a
Maximiliano con la necesidad de sentirse aceptado. Los locos no tienen maldad.
— Sería un honor, Mané. Les decía, con Chacarita ascendimos merecidamente. Al
finalizar la temporada nos fuimos de vacaciones, lo de siempre, lo normal.
Cuando volvimos para la pretemporada, todo había cambiado. De un día para el otro
un jeque árabe había comprado el club.
— ¿Árabe? ¿Sabía algo de futbol?
— Nada.
— ¿De negocios?
— Una barbaridad. Claro que al principio, todos nos ilusionamos. Ya nos veíamos
campeones de la Copa Libertadores, nuevas incorporaciones, la gloria al alcance
de la mano. Pero nada de eso pasó. Al principio todo fue como lo esperábamos:
estadio remodelado en tiempo record, sponsors de primera línea y hasta las
mejores marcas se peleaban por tener la licencia de la indumentaria oficial. La
pretemporada arrancó fuerte, como siempre, pero sin ninguna incorporación de
peso. Los petrodólares no lograban convencer a ninguno de los jugadores más
cotizados del mundo a venir a ponerse la casaca funebrera.
Como el jeque no quería ser el hazmerreír de todo medio oriente, él quiso ir más allá. Obstinado por querer ser más que todos sus "colegas" de oriente, llevó a cabo un plan bastante arriesgado. Lo primero que hizo fue vender a un par de jugadores que habían sido pilares del ascenso. De esa forma Chacarita se puso en boca de todos. Yo había sido goleador del ascenso y si todo salía bien en la temporada que estaba por comenzar, lograría superar el record de presencias en el club. Modestia aparte, había logrado ser el jugador más valioso de plantel pero como estaba lesionado no pudieron venderme y por eso me quedé para afrontar el torneo.
Empezamos el campeonato sin
incorporaciones y con un plantel diezmado. Los resultados fueron los esperados,
derrotas y más derrotas. La cosa se ponía pesada, los muchachos de la tribuna
cuando pierde el equipo... pierden más que tres puntos. Así que de vez en
cuando teníamos una de sus visitas en el entrenamiento. El jeque estaba feliz,
las primeras planas eran nuestras. Siempre pasaba algo que hacía que fuéramos
tapa de los diarios. Después de un cuatro a cero en contra nos regaló una
Ferrari a cada uno. Había que ser muy guapo para ir en una Ferrari por San
Martin. Pero por contrato estábamos obligados a usarla, así que no quedaba
otra. A la gente muy bien no le caía verme llegar en mi Ferrari por las calles
del barrio. No solo molestaba la descarada y absurda ostentación, la verdad es
que la Ferrari tampoco les servía a los muchachos para desmantelar. Poca
reventa tenía un capot de Testarosa parece.
Terminamos el primer semestre en zona de descenso. Estaba claro que la copa iba
a seguir esperando.
— Acá yo no tuve nada que ver — bromeó un hombre calvo de anteojos.
— ¡Oiga Guttman! Ya van más de cincuenta años con el mismo chiste, le pido que
la termine— reprochó eufóricamente Eusebio.
— Y yo les pedí más dinero. Esta vez lo voy a pensar, se lo prometo. — dijo
socarronamente el ex DT. Mientras hacia un ademán para que Maxi prosiga con su
relato.
—Para seguir sorprendiendo, los refuerzos que llegaron para la última mitad del
año fueron todos jugadores de categorías amateurs. Sorpresivamente tuvimos
buenos resultados, el jeque no contaba que nuestros rivales eran igual de malos
que nosotros. Así que faltando unas fechas para el final del campeonato, Chacarita
estaba fuera de la zona del descenso. Si bien en lo deportivo eso era una muy
buena noticia, esto nos valió una sola tapa del diario en cinco fechas. El jeque
no lo pudo tolerar y organizó fiestas para todo el plantel, pero no después de
los partidos ¡antes!
— ¿Y cuál es el problema si salían? —dijo George Best con un vaso de escocés en
el que se veía flotar un hielo— ¿en qué pensaban gastar su dinero? He gastado
mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles...el resto lo he desperdiciado.
— George, créame que si usted hubiera jugado en el conurbano usted no habría
vivido tanta noche. Por tantas fiestas, alcohol, cigarrillos, poco sueño y
mujeres, nuevamente caímos en zona de descenso. Ahí se complicó todo, llegamos
a la última fecha y jugábamos contra un rival directo. Teníamos que ganar si o
si para mantener la categoría. Los muchachos de la barra sabían que los demás
estaban en la joda y posiblemente de lo mareados que vivían no iban a entender
el mensaje. Así que me fueron a apretar a mí.
— ¿A vos nada mas?
—Si, es que era el único que estaba en el entrenamiento. Los demás seguían en
el boliche. Pero eso no fue todo. Como yo había estado jugando en gran nivel y quería
dejar a Chacarita en primera, también me gané el apriete del jeque y sus
guardaespaldas. Antes de salir a la cancha me encerraron en el despacho presidencial.
Yo en una sillita, rodeado por cuatro de esos tipos enormes y el jeque frente a
mí. Me di por cogido. Después de un monólogo cargado de amenazas acompañado por
un muestrario de armas de diverso calibre, el jeque cerró la charla diciendo
"pierdan o los mato".
Entré a la cancha acorralado. Ni una palabra de esto les dije a mis compañeros.
No quería exponerlos, eran jóvenes, pasara lo que pasara yo me haría
responsable del destino del club.
— ¡Qué gran capitán! ¡Usted nos
hubiera sido muy útil en la final del 54! — dijo Puskas.
— ¡O a los suyos en la del 30! — agrego Obdulio.
— Siempre lo mismo hombre— dijo Stabile mientras se retiraba enfadado.
— No se vaya ahora, otra vez se va a perder la final. — se burló el uruguayo.
— Me quedo por respeto. — dijo el argentino luego de refunfuñar.
—Siga, por favor, no nos deje con la intriga. — dijo Eusebio.
—Era el partido decisivo, tanto ellos como nosotros jugábamos como juegan los
equipos que ocupan esas posiciones y que encima están bajo presión: horrible.
El trámite del partido era un dolor de ojos. Sin chances de gol se fue el primer
tiempo, sin chances de gol finalizaba el partido. Hasta que en una guapeada mía
peleo la salida del lateral izquierdo rival, la pelota queda dividida dentro
del área para ser disputada por el central y por mí. Por fortuna llego antes al
balón y logro puntearlo en el momento exacto que el defensor cruza su pierna
sobre la mía cometiéndome un clarísimo penal que el árbitro no dudó en cobrar. La
tribuna estalló de felicidad, el palco presidencial ensayó un silencio
sepulcral. Con una seguridad que nunca supe de dónde provenía, tomé el balón y
lo apoyé sobre el punto penal. El árbitro informó a todos que esa sería la última
jugada del encuentro. Quizás, la última jugada de Chacarita en primera.
Seguramente, mi última jugada en el futbol. En ese momento a pesar de estar
envuelto por el griterío de tantas almas esperando mi gol yo era capaz de
distinguirlo todo. Lograba individualizar todo lo que me rodeaba. Desde la
tribuna local escuché las amenazas que gritaban desde el paravalanchas si
llegaba a errar el penal. En el palco presidencial al unísono se oyó el sonido
de cinco pistolas recortadas cargarse. Escuché al jeque dar claras indicaciones
por handy. Al instante, un hombre
trajeado se posó detrás el arco. El alambrado de la tribuna empezaba a sentir
el peso de los hinchas que estaban decididos a invadir el campo, fuera cual
fuera el desenlace. Eso lo tenían seguro, el resultado de esa jugada solo haría
variar sus acciones ya dentro de la cancha.
El árbitro hizo sonar el silbato. Volví a poner la vista en la pelota por
primera vez desde que la había apoyado en el punto penal. Mi vida fue esa
pelota. Mi muerte sería esa pelota. Lo tenía muy claro. Yo sabía que de algún
lado me la iban a dar. De una u otra forma mi destino era el mismo. O me
agarraban los árabes por salvar del descenso a Chacarita o todo San Martin ponía
precio a mi cabeza por perder la categoría. Quizás, pensándolo bien, si erraba
el penal los árabes me salvaban, me llevaban en algún jet privado a sus
tierras. Pero hubiera vivido señalado, humillado, con una mochila muy pesada de
llevar en mis hombros. Era morir en vida.
—Eso no se lo recomiendo, hizo bien. — balbuceo Barbosa, pareciendo envidiar su
"fortuna" mientras exhalaba profundo el aire.
—Oiga hombre, que fue solo un
partido de futbol. No lo hizo a propósito. De haberlo sabido, otro hubiera sido
el resultado. — Obdulio cortó en seco el comentario de Moacir y extendiendo su
palma abierta hacia adelante, indicó que siga con el relato.
— Me acordé del ascenso, de lo que nos había costado, de que nada servía haber
logrado ser el jugador con más presencias, que nada serviría que ese record
estuviera en manos de un traidor, me acordé del Tano, de lo contento que se
puso cuando fiché para Chaca... Ya había tomado mi decisión. Llegué al balón y
cuando el arquero se la jugó para su izquierda, toque suave hacia la derecha.
— ¿Y qué pasó? — preguntó Eusebio.
— Gol. — Maxi abrió grande sus
ojos — Chacarita de primera. Los hinchas invadieron el área, mis compañeros se
sumaron a ellos en su carrera por abrazarme. Entre el tumulto sentí el frio del
silenciador apoyarse en mi pecho.
Y esa fue toda mi carrera y por consecuencia mi vida.
— Pensar que no quería contarnos quién era— reprobó Eusebio.
— Supo triunfar ante la tentación del negocio, lo felicito. — destacó Obdulio.
— No habrá ganado mundiales, no habrá sido reconocido mundialmente, pero usted
amó al futbol mucho más que muchos compañeros míos— agregó Alcides Gigghia valorizando
aún más la actitud de Maxi.
— Un hombre con tanta convicción y valores como usted nos sería muy útil en
nuestro equipo. Hoy a la tarde tenemos un partido previsto, si quiere y tiene
tiempo venga y juegue con nosotros, si tiene tiempo, claro.
—Me encantaría, además sospecho que acá tiempo voy a tener de sobra.