Pelusa, una vida de cuentos

La pesadilla del pibe


Me costaba respirar. Nadie a mí alrededor. Estaba solo, lo podía sentir. Se me cerraban los ojos. Miento, permanecían abiertos pero me costaba ver o simplemente entender qué tenía por delante. Temblaba, me rodeaba un viento helado. Lo recuerdo bien. Abrí los ojos, el frío continuaba. Me concentré en la textura de la frazada, era más fina de lo que recordaba. La tela áspera, rugosa, raída. Mis manos, en ese momento sobre ella, congeladas. Intenté protegerme con la manta, al tirar hacia mí sentí una inesperada resistencia. Me asusté. Descubrí que del otro lado alguien intentaba lo mismo. Preferí cerrar los ojos, seguir durmiendo esperando que todo se resuelva.

Casi pierdo un diente al intentar morder el pan, o lo que fuera esa masa rocosa que estaba delante de mí, en el plato. Antes de poder esbozar una queja escuché sus protectoras palabras.

—Sabés que lo tenés que mojar —la voz de Tota, con un dejo de resignación, otro tanto de burla, me explicaba lo que parecía obvio, aprendido a esa altura. La caricia reparadora sobre mi nuca.

El mate cocido hirviendo, intomable, parecía tener como única función ablandar ese trozo de pan de ayer, simulando así un desayuno nutritivo. Las voces se multiplicaban en el techo de chapa. Cuando levanté la vista me sentí abrumado al verme rodeado de tantas mujeres. La puerta de calle se abrió, vi a Don Diego entrar pero al saludarlo, por algún motivo, solo atiné a decirle "papá". Algo estaba mal. Con un dejo de desesperación busqué mi reflejo en un espejo. No hizo falta, al mirar por la pequeña ventana me di cuenta. Estaba en Fiorito, recién ahí lo entendí: yo era Diego.

Evidentemente estaba envuelto en el sueño de mi vida. En el momento no lo supe, o tal vez, me dejé llevar por la oportunidad de cumplir ese anhelo. Para mí, todo era real. Por eso, viéndolo fríamente, con total desapego, más que soñar, debería decir que "pesadillé" ser él. Ahora las imágenes se tornan difusas pero recuerdo que al ir transcurriendo mi vida, intentaba ser como quieren que sea los que me difamaron siempre, le dije que no a las adicciones para escapar de una realidad agobiante, acepté consejos de los sabios del momento, toda persona que se cruzó en mi camino conservará mi foto autografiada. Fui respetuoso de todos los que bebían mi sangre después de un fracaso, acepté los elogios hipócritas de los que me felicitaban palmeando mi hombro mientras que en privado tejían mi derrota. Me negué a la revancha de la guerra tomándolo apenas como un partido más. Rechacé las alabanzas de los personajes más míticos de mi era, jamás me dejé llevar por sus palabras. Perdoné infinidad de traiciones de los que me usaban inescrupulosamente. Fui como querían y cuando menos lo esperaba, todos me habían olvidado. Me dijeron que estuve en Italia, sinceramente no puedo asegurarlo. Solo recuerdo el interior de una casa en la que pasé años encerrado. Las pocas veces que logré escapar de la monotonía de esas paredes, cerraban restaurantes para que pudiera comer en paz, me dejaban solo. Otra vez. Nunca término medio: multitud rodeándome o la soledad de estar allá arriba, donde nadie llegará. Era millonario pero daba lo mismo. Nunca pude pagar ni una cuenta, me regalaban todo, me ofrendaban todo. No me hicieron creer que era Dios, eligieron hacerme su Dios y por momentos tuve que darles ese gusto, para no defraudar. Hasta que finalmente, un día, me cortaron las piernas. Ya no tenía nada.

Desperté. Por suerte, desperté. Las sábanas transpiradas confirmaban lo agitado del sueño. Fui con temor hasta el escritorio, hice un bollo con un intento de cuento que había escrito la noche anterior. Traté de hacer jueguito, el papel rebotó en mi empeine zurdo yéndose a esconder vergonzoso bajo la cama. Menos mal, el sueño había terminado. Mientras buscaba el bollo bajo la cama, comprendí que sólo hay una forma de ser él. Entendí que ser Maradona es sólo para Maradona. 

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