Primerizo

Fabián, entró al hospital llamando la atención de todos los presentes. Imposible que pasara desapercibido entre la seriedad y pulcritud de la clínica maternal privada. Además de su sonrisa visible desde cualquier ángulo, el racimo de globos rosa qué llevaba en su mano, acaparaba todas las miradas. Por momentos hacía invisible el oso de peluche rosado que sujetaba por el cuello con el antebrazo. El café en vaso térmico en su otra mano, jornada de larga de espera. Se dirigió hasta los ascensores del fondo, esquivando como podía a la gente que se cruzaba a su paso, haciendo malabares para sostener los regalos para quién estaba por arribar a este mundo.

Haciendo equilibrio, cauteloso, pasos cortos. Necesitó una increíble precisión para con la punta de la nariz apretar el botón del ascensor.

—Octavo piso —susurró entre dientes, algo fastidioso al ver dónde estaba el elevador.

Movía el pie insistentemente, parecía acelerar un auto imaginario o ensañarse con algún insecto. Era entendible su nerviosismo y apuro. Allá, pisos arriba, su esposa estaba por dar a luz.

El ascensor abrió sus puertas, por fin había llegado a la planta baja. Fabián entró, con dificultad giró buscando acomodarse de frente a la botonera.

—¿A qué piso, joven? —la voz gastada de una señora, se escuchó entre los globos que tapaban la visión del futuro padre.

—Quinto, por favor.

—¿Primerizo? —preguntó curiosa mientras accionaba el ascensor.

—Sí, en unas horas se supone que ya, ya estamos.

—¡Qué hermoso oso! ¡Cuánto rosa! ¿Cómo se llama?

—Antonio, Antonito.

—No, el oso no... ¿Cómo se va a llamar su hija?

—Antonio, hijo. Es varón.

Las puertas del ascensor se abrieron, Fabián se dirigió a la habitación dónde su esposa empezaría los trabajos de parto. La mujer, aún en el elevador, seguía sorprendida. A ella, como a muchos, le costaba entender que con esto del Inter de Miami, el rosa es el nuevo azul.Introduce un texto aquí...