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Goles son amores

-No, amor, te vas a aburrir. Sentada, una hora, embolada, escuchando como diez flacos se tiran la bronca el uno a otro de lo que les pasó en la semana y se dicen lo que deberían decirle a su jefe en cada "pasala morfón" o "poné huevo". Quedate tranqui en casa, si querés invitá a las chicas y yo me organizo algo para ir a cenar con los pibes ¿Te parece?

-¿En serio me decís? -preguntó la inocente de Lula.

-Obvio, dale, yo volveré tipo doce, una.

-Dale amor, saludos a los chicos, meté muchos goles -me despidió con un beso.

Entró como un caballo. Una semana más que gambeteo como nunca. Como nunca, porque lo mío es otra cosa. En realidad no sé qué es lo mío todavía, pero la gambeta seguro que no. Encima me dijo "meté goles", ojalá no se entere nunca que los chicos me están probando al arco. Lo hacen para no limpiarme, porque me quieren. Si hay algo bueno que tengo es que reconozco mis defectos. Tampoco hay que ser un caza talentos, un Griffa para detectarlos, pero bueno, sé mis limitaciones.

Del partido de esa noche no hace falta dar detalles, es algo insignificante, es menos que una anécdota en esta historia. Pero igual me tiento a decirlo, modestia aparte, esa noche la rompí... en la cena. Tiré cada historia, cada chiste, lirismo puro. Al Sergio lo hice atragantar cinco veces con la comida. Y sí, yo esas estadísticas me las llevo a casa. El habilidoso registrará sus caños, sus asistencias y sus goles. El áspero y metedor registrará orgulloso que el diezrival contra él se comió los mocos y quién sabe qué otro récord más. En mi caso tengo en cuenta mis fortalezas: a cuántos hice atragantar de tanto reírse, cuántas veces me pidieron con una mirada que le pusiera más picante a una historia ajena que arranco como el Diego en el ´86 pero se fue diluyendo en una agonía tediosa que nos hace a todos empezar a mirar a otro lado y buscar otro tema de charla. Total, siempre hay uno que no se aviva y sigue dándole bola al que estaba hablando, héroe.

Hasta ahí era una noche más, nada parecía anticipar lo que ocurriría al llegar a mi casa. Cierro la puerta mientras con un "shhh" le pido que no despierte a mi novia. Dejé el bolso en la cocina, no era horario de tirar las cosas al lavarropas. Me acerqué al cuarto, marché con delicadeza, un equilibrista del silencio. Cada vez más cerca de la habitación, paso a paso, más cerca de la cama y descansar. Una luz que chocó contra la pared, escapándose por el espacio que dejaba la puerta entreabierta. <Se habrá quedado dormida con la tele prendida, se lo voy a echar en cara> pensé (es que ella insistía con ahorrar los recursos, con apagar todo lo que no esté en uso, no derrochar agua y el amor por la naturaleza y el medio ambiente).

-Otro gol de Messi y van... -eran las palabras del periodista que estaba en la TV.

¿Fútbol? ¿Qué hace mirando el resumen de la Champions? Generalmente lo suyo es mirar programas políticos, quejarse un poco del poder, del monopolio y todo eso que no entiendo y que tenemos como regla no mencionar. Bueno, yo a veces le hablo de eso, pero para cargarla. El tema es que no era momento de preguntar qué se le cruzó por la mente para mirar ese programa. Lula dormía con una sonrisa misteriosa, algo distinto tenia, un no sé qué.

Desperté y recién en el desayuno volví a verla. Ese momento es uno de los pocos que la rutina no llegó a contaminar, donde podemos hablar de nuestras cosas y tener un momento juntos.

-Te quedaste dormida con la tele prendida... -arremetí.

-Ya sé -interrumpió antes de que pudiera continuar con todo el discurso que le había armado para recordarle su defensa ecológica-. No empieces a decir que cómo puede ser que dejé la TV prendida justo yo que siempre te digo que apagues lo que no usas -ordenó.

-¿Qué hacías mirando fútbol? -indagué con real intriga.

-¡Eso te quería contar! -su sonrisa misteriosa afloró nuevamente, decorando su cara. -. Ayer en la cena con las chicas, Romi nos contó que empezó a jugar al fútbol con unas amigas de ella y me invitó a jugar el jueves que viene y bueno, voy a ir -terminó luciendo nuevamente su hermosa sonrisa.

Automáticamente bajé el telón. El último que apague la luz y que sea lo que Dios quiera. Es que ya la vi venir, vi reflejado en sus ojos los partidos que iba a ir a ver, las copas con las que iba a llenar nuestras repisas, la envidia que me iba a despertar. Y lo peor de todo: el intento de fútbol mixto. Se lo vi, clarito, créanme. Como le vi en su mirar a nuestros hijos, nuestras vidas, todo, aquél día que la conocí. Para aquél que no comprenda cual es el problema de jugar el deporte más hermoso, mezclado con los seres más hermosos, le pido que haga un alto y relea los primeros párrafos. El fútbol mixto es hermoso, pero no cuando sos alguien que compensa su talento efímero con una serie de monólogos entre plato y plato.

Pasaron las semanas y producto de su nueva pasión, cada día se la veía más alegre. Cada noche me preguntaba si había algún partido para mirar, me preguntaba qué marca de botines se tenía que comprar y todo tipo de dudas de novata. Yo respondía con gusto. A pesar de que me cuesta jugarlo, amo intentar hacerlo y hablar de todos los temas relacionados. Pero había una pregunta que no le podía responder sin una gran dosis de nervios y una indiscreta transpiración. Cada vez que Lula me preguntaba cómo jugaba yo, cuál era mi nivel, no sabía qué responderle. No sé si lo hacía para conseguir datos o de curiosa, pero esa semana no paró de indagar sobre lo mismo. Yo algo tenía claro, no podía decirle la verdad. "Normal" le respondía. Mentira piadosa le dicen algunos.

Hay dos clases de personas que responden así ante esa pregunta. Primero los malos, que nunca van a decir "pésimo", "la verdad que todavía no logro comprender la mecánica para obtener la coordinación entre el cuerpo y la pelota o sea soy un choto". Y segundo, esos ángeles desterrados del profesionalismo. Los que saben que son mucho para el fútbol informal y no pueden degradarse diciendo que son malos. Pero menos pueden decir con aires soberbios "soy un mostro", "soy un crack". Entonces tiran con una sonrisita pícara el "normal", esperando que algún conocido salte y después le diga en secreto al curioso que en realidad es un fenómeno, que hizo inferiores en tal club y lo haga sentir lo que es. Como ya dije antes, el grupo uno es al que pertenezco.

Viernes a la noche y el Turco vino a casa de pasada porque el otro día que tuvimos partido se fue antes en la cena y se olvidó la campera. Como la prenda la tenía yo, lo hice venir a buscarla. Él pretendía que yo se la llevara y "nos tomemos mil birras" como suele decir, no había chances. Llegó a casa y empezó como siempre con sus monólogos. Lógicamente sacó a relucir su actuación en nuestro último partido y no se olvidó de mencionar sus "mil goles". Yo sabía que no tenía que levantarme, sabía que no tenía que dejar al Turco hablando con Lula. Tendría que haber aguantado un poco más las ganas de ir al baño. Igual creo que tardé más de la cuenta mirándome en el espejo, peinándome, despeinándome, peinándome, tratando de convencerme que ese nuevo corte me quedaba bien. Ya de vuelta en el comedor veo a mi novia, con esa sonrisa que el fútbol le regaló hacía unas semanas. Algo empecé a sospechar y se confirmó cuando el Turco me dijo que acababan de arreglar el partido, el viernes habría fútbol mixto. Creo que por unos segundos me desmayé de pie. Con toda mi desilusión y desesperanza lo miré al turquito, negando con la cabeza. Entendió que me había fallado, me entendió pero igual me sonrió fiel a su estilo y continuó con un "mil goles le vamos a hacer". No sé por qué mil, ni porque tiene esa adicción a esa palabra de tres letras, ni sé porque me incluye en su "le vamos" si sabe que con suerte acierto al arco. Lo que yo tenía en claro era que algo tenía que hacer. En realidad, no hacer. No jugar era la llave al éxito en mi pareja, pero quedar como un cagón era peor.

Ella jugaba los miércoles con su equipo y varias veces me había invitado a ir a verla pero nunca fui, no quería invadirla. Pero esa vez tenía que estar ahí. Era vida o muerte. El operativo Sherlock Holmes se ponía en marcha, tenía que saber contra quién me enfrentaba.

-Lu, no sé, vos fijate. Yo tiro la idea, si te parece lo hacemos y si no, no pasa nada. Este miércoles ¿da para que vaya con vos a verte jugar? Para que las chicas entren en confianza, no se sientan incómodas en el partido, digo -finalicé con la cara de tierno que siempre la compra.

-Ay dale, buenísimo -cayó en la trampa, que facilidad para el engaño, que facilidad para creer, nos complementamos.

A la hora señalada del miércoles, tras las presentaciones de rutina y algún chiste para romper el hielo, el plan se puso en marcha. Empezaron a jugar y se veía que tenían idea, pero mi atención estaba depositada en una sola jugadora (que raro me es decirle jugadora a Lula, todavía no caigo). No me importaban las demás. Si del otro lado estaba la Pelé blanca que al igual que el original debutó con un pibe, si había alguna que luciera sus piernas maradoneanas o alguna chiquitita, rapidita a la que apodaran Pulga en ese partido, no me importaba. No tenía tiempo para ellas. Sólo me importaba comprobar si yo jugaba mejor al fútbol que mi novia, bizarro. Tomé nota mental de las características salientes de Lula: fuerte, molesta para marcar, pero muy molesta. Rápida y potente, le gusta marcar, mi Patrona Bermúdez, mi Flaca Schiavi. Se le nota en la cara, le encanta frustrar a sus rivales. A mí me hacía lo mismo en las primeras salidas, cada avance hacia un beso era una odisea.

No me pregunten qué paso después, no lo sé. Todo lo vivido esa semana estaba influenciado por el encuentro trascendental que tendríamos. Abrí los ojos y ya era viernes. Mis primeras palabras de ese día fueron algo como "Linda, me parece que tengo fiebre". Falté al trabajo, quería tener una o varias excusas a mano para sacarlas a relucir durante el partido. A eso de las diez de la noche llegamos a la cancha, tensa espera. En el vestuario sólo dije un par de palabras, un pedido, una demanda.

-Muchachos, les acabo de traer cuatro chicas que juegan al fútbol. Así que por este partido no me rompan los huevos, nada de chistes. Juego arriba, búsquenme cuando esté solo, ténganme fe. Al arco voy a ir cuando me toque, ni un gol más ni un gol menos. -se rieron, creo que entendieron que me iba a molestar perder con mi novia, darle motivo a ella para que me cargue. Pero había más que eso, ellos no tomaban la magnitud real de las cosas. Un bajo nivel hoy, sería motivo para que el día de mañana Lula le diga a mi futuro hijo "vení que mamá te patea" o "que tu viejo vaya al arco". Eso sería una cruz muy pesada para mí.

Arrancó el partido. Pasó el tiempo, tuve buenas (regulares en verdad) y malas. Pero todavía no se había dado el cruce con Lu. Hasta que tras unos minutos, me planté de nueve, bien de pivote. Ella atrás mío, la miro de reojo. Estaba confiado.

-¡Tirá, tirá! -segundos después de esa frase empezó a cambiar mi historia.

Me preparé, sabía la importancia de esa jugada. Es que el primer duelo entre defensor y atacante es vital, inclina la balanza para el lado del ganador. Si el que ataca se lleva el primer duelo, el defensor tendrá en cada jugada la duda de si sale a marcar o espera, dudará si se jugará a un toque o dos. Necesitaba hacerla dudar, era mi chance de emparejar un poco las cosas. Me puse firme, la pelota me estaba llegando a la suela zurda, ya me imaginaba lo que vendría. La paro y abro, la paro y juego a mi derecha, es esa la jugada. La paro y abro. La paro... y Lula me la saca. Juro que no la ví ¡Leona! No, no, por su color de su piel morena más bien ¡pantera! Agazapada, ojos bien abiertos para no perder a su presa y en el momento justo me aparece sin que la vea. Que la sentí, la sentí. Me rodeó por izquierda, me acomodó con su antebrazo derecho sobre el pecho y hasta creo que tuvo tiempo de pensar que íbamos a cenar esa noche. Perder el primer duelo para el atacante es duro. Es más que una duda constante ¿me saldrá, me anticipará, giro, no giro? Y encima es mi novia, desesperación. Mi noche se oscurecía cada vez más. Las dos jugadas siguientes, también fueron victorias de ella. La suerte ya había dado su veredicto: durante todo el partido sería yo quien jugaría con la desconfianza como enemiga.

En un ataque, el pase me quedó un poco largo y ella llegó antes que yo, en la jugada siguiente quise gambetearla y me quedé en el quise. Mi nivel fue en bajada de manera abrupta. Mi marcadora crecía en autoestima, yo crecía en ganas de irme a casa. Los espectadores curiosos miraban con asombro a las mujeres jugar, como si fueran de otra galaxia, mientras yo empezaba a escuchar el murmullo. Si antes ya estaba presionado por tener que ser mejor que mi rival, que es mujer y que juega hace semanas a esto, sumémosle el plus, agreguémosle el IVA de los "mirá como se la sacó", "juegan mejor las chicas" y todas las frases de ese estilo de los que estaban esperando para jugar.

No aguanté más, no pude más. Me vi obligado a cambiar mi estrategia despojándome de mi moral, de mi ética, de mis valores. Un par de agarrones de camiseta, alguna falta sin querer y tomarme la cabeza susurrando con el tono de voz exacto para que ella me escuche quejar de la fiebre que me había impedido ir a trabajar. Pero no había caso, nada parecía calmar su sed, seguía dándome una lección de fútbol. Había una sola cosa más por hacer, la escapatoria segura. Pelota larga, la corro, la busco, cuando estoy por llegar a hacer contacto "Ahhh! ¡Sss! ¡Mmm! Me tiró, la puta madre". Apreté fuerte mi gemelo derecho y final feliz. Limpié mi nombre y a seguir adelante.

Salí rengueando y como siempre, el equipo mejoró. Diez minutos después terminó el partido. En la cena me encargué de desparramar por toda la mesa mis excusas. Que había faltado a trabajar por mi fiebre fue mi ancho de espadas. Sumado con el desgarro, que después dije que ya lo venía arrastrando de antes, había conseguido los puntos para el envido que me faltaban. Creo que si me daban un rato más mataba a un familiar y hasta se me cruzó por la cabeza decir que estaba menstruando.

De ese episodio ya pasaron meses, algunos de los chicos se pusieron de novios y sus parejas no veían con gracia el tema del fútbol mixto. Así que todo era, por suerte, lo de siempre. Jueves por la noche, bolsito en mano y fútbol con los pibes. Con una única diferencia: los jueves por la noche Lula hacia la misma rutina. En otra cancha, en otro lado, lejos. Hasta que un día, de sorpresa, de improvisto, Lula cayó en mi cancha antes de lo normal. Después me enteré que varias de sus amigas con las que jugaba se tenían que ir temprano y decidieron terminar antes su partido. Cinco minutos me vió, cinco minutos bastaron para el fin.

-Amor, voy para casa, falta mucho y tengo hambre -soltó entre dientes, alambrado mediante.

-Dale andá -respondí mientras perdía la marca y hacían un gol por mi descuido.

Seguí jugando, pero no fue lo mismo. La vi rara, triste. Pero había algo más. Defraudada, esa era la sensación. Terminó el partido y le dije a los chicos que no me sentía bien y que no iba a ir a comer. Sinceramente quería llegar rápido a casa, Lula me había dejado preocupado ¿Habrá visto cuando la pise y me caí? ¿Habrá escuchado el "¡Dale boludo!" que me ofrendaron mis compañeros cuándo estaba por meter el gol pero dudé tanto que me la sacaron? Mi mente estaba acelerada.

Llegué a casa, escena trágica. Lu sentada en la mesa, mirando fijo su plato. La comida fría, parecía no importarle la temperatura. No había probado ni uno de los fideos que se había preparado. Los usaba para jugar con el tenedor, para reflexionar en cada curva de esos fettuccini con salsa mixta. Recién cuando cerré la puerta elevó su mirada. Pausa, con vértigo es más difícil pensar. Pausa, recuerdos, dudas, certezas. Pausa, exhaló el coraje que encontró en el comedor y perturbó mis sentidos.

-Tenemos que hablar -inició.

-¿Estás bien? ¿Te pasa algo? -pregunté estúpidamente.

-No. No soy yo, sos vos. Hoy lo comprobé, fue poco el tiempo que estuve mirando el partido. No puedo, no puedo llevarte a jugar conmigo nunca más, no da, le haces mal al fútbol. Entendeme A... -casi cometo el error de mencionarme. Mi nombre jamás lo diré, no quiero que se sepa mi identidad, la del único hombre que fue dejado por una mujer por jugar peor que ella al fútbol-. Si tenemos un hijo -siguió-, no me puedo arriesgar a que juegue como vos -sentenció, dijo más cosas, pero la mayoría se basaban en lo horrible que soy con la pelota en los pies y cuando la misma tiene la intención de llegar hacia mí.

Pasó Lula, pasó el tiempo, pasaron jueves de fútbol y otras tantas cosas. Acá estoy, nadie muere por amor. Lo del fútbol lo superé, siempre supe que era un trauma que me iba a hacer hombre a hombre por todas las canchas, toda la vida. Ahora, el problema de las mujeres, no. Es que ahora no sólo tengo que fijarme en como son, si me gustan, si son divertidas. Ahora también tengo que rogar que jueguen peor que yo ¿Cómo me doy cuenta con un simple vistazo si juegan o no al fútbol? Y si juegan ¿cómo saber si son peores que yo? Empezaré a ir a los boliches con una pelota bajo el brazo para probarlas, no sé, algo voy a inventar. De última seré padre soltero, total, la tecnología avanzó bastante, como las mujeres en el fútbol.

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